Tras cruzar el Parque Nacional Pirin en 5 días de agotadora caminata, llegué a Melnik con ganas de una buena cama y, sobre todo, de una ducha de agua caliente (o fría, para qué vamos a engañarnos). Allí encontré ambas y alguna que otra cosa más.
En realidad no había planificado ir hasta Melnik, pero en el último refugio en el que estuve me recomendaron el pueblo, famoso por sus vinos, y no pude resistirme. También ayudó que la otra opción consistía en caminar montaña arriba y abajo otros dos días más y, la verdad, estaba un poco cansada. En todo caso, no me arrepentí de mi decisión, pues Melnik me pareció un lugar precioso.
Situado en un paraje natural muy bonito, donde el verde intenso contrasta con el marrón de la roca caliza (me recordó un poco a Las Médulas, en la provincia de León), Melnik es un pueblo de apenas 2 calles dedicado a la viticultura y el turismo. Hasta aquí viene gente a pasar el fin de semana tanto de la capital de Bulgaria como de la vecina Grecia, pues la frontera se encuentra sólo a 20 kilómetros.
Sin embargo, no sólo el paisaje merece la pena en Melnik, pues el lugar cuenta con 96 edificios con el título de monumento nacional -deben ser todos los del pueblo. De esta manera, casi todas las casas -la inmensa mayoría restaurantes y hoteles- están construidas en el estilo del Renacimiento Nacional Búlgaro y ninguna desentona con el entorno. Algunas de ellas ahora son museos. Además, el pueblo cuenta con las ruinas de una fortaleza y de varias iglesias -en su época de apogeo había más de 70 en el pueblo.
Como no me dio tiempo a visitar los museos de Melnik, me centre en otras actividades menos culturales. Dicen que aquí se produce el mejor vino de Bulgaria, así que no desaproveché la oportunidad para visitar una de las bodegas del pueblo. Además de los vinos clásicos, cultivan unas uvas propias con las que elaboran un vino con un sabor muy diferente. No me pareció el mejor caldo que había probado, pero se podía beber. Además, a partir de la segunda copa de la cata, todo me supo estupendo.
En cuanto a la crónica rosa, a escasos kilómetros de Melnik nació el esclavo más famoso de la historia: Espartaco, el tracio que lideró una rebelión de esclavos y gladiadores contra el Imperio Romano. Para más información, podéis ver la película de Kubrick, que bien merece la pena.
La tarde que pasé en Melnik fue el colofón perfecto a mis aventuras por el Parque Nacional Pirin. Gasté las pocas energías que me quedaban en recorrer este pequeño, pero interesante, pueblo y probar su vino. Por desgracia, mi falta de planificación significaba que todavía tenía que regresar al lado opuesto de la cordillera, a Bansko, donde había dejado la mayor parte de mis cosas. Visto que tenía que coger varios autobuses para llegar hasta allí, decidí aprovechar para desviarme un poco y visitar el monasterio de Rila, el templo más famoso de Bulgaria.